Se calcula que 269 millones de personas entre los 15 y 64 años consumen drogas ilícitas (Informe Mundial de Drogas 2020). En nuestro medio, las edades de inicio de consumo son tan cortas como 7-8 años. Además 35 millones de personas sufren de trastorno por uso de drogas.
Los trastornos por uso de sustancias (abuso, dependencia y/o adicción a sustancias legales e ilegales), así como las adicciones comportamentales (juego patológico en internet y otras), han sido desde hace muchos años una preocupación de salud pública a nivel mundial que alcanza cada vez más impacto y crisis en la sociedad en general.
La familia como máxima institución social ha cambiado a lo largo del tiempo en muchos aspectos, entre ellos, en su estructura, funcionamiento y ciclo vital. No solo han emergido nuevas estructuras familiares, que desde el orden cultural impactan a la sociedad, sino que esas transformaciones afectan e influyen en los grupos humanos. Por ejemplo, se destaca la visibilización de la adicción como enfermedad, que en toda su complejidad, es entendida como un síntoma de otras problemáticas psicosociofamiliares subyacentes que responden a múltiples variables.
Podemos identificar a un miembro de la familia con diagnóstico de adicción a través de las siguientes características, por mencionar algunas de ellas:
Distanciamiento familiar.
Hostilidad frente a cualquier señalamiento.
Cambio brusco de amistades.
Conductas esquivas y/o ocultadoras.
Impulsividad con proyectos ilusorios o con escaso grado de factibilidad.
Accidentes repetitivos.
Cambios de horarios.
Estallidos de violencia desmedidos en relación al estímulo que lo produce.
Detenciones policiales.
Pensamientos negativistas.
Temblores, ojos enrojecidos y pupilas dilatadas.
Falta de interés en la higiene personal y aspecto descuidado.
Por esto, es fundamental tener en cuenta los factores que impactan en la aparición de esta problemática, entre ellos: familias con escaso acceso a la educación y a los sistemas de salud, y/o que conviven con otras problemáticas como la violencia, situaciones delictivas o algún grado de fragmentación familiar.
Ante estos factores de riesgo también existen factores protectores que como familia pueden aplicar e incentivar:
Crear fuertes vínculos entre hijos y padres, con activa participación, límites claros y disciplinas.
Estudiar.
Hacer deporte.
Realizar actividades artísticas.
Compartir con amigos y familiares libres de consumo.
Leer.
Por otro lado, la familia como sistema también experimenta síntomas una vez está desarrollada la enfermedad, como las respuestas al esfuerzo y la disponibilidad que requiere la atención de la persona con el diagnóstico; esto tiene el infortunado efecto de agotar, generando sentimientos de soledad, tristeza, agobio, culpa, actitud defensiva, entre otros. Para esto, como punto de partida resulta útil evaluar, no sólo el síntoma de consumo, sino el conjunto y combinaciones de aspectos familiares alrededor de lo que está sucediendo, tomando así el contexto en el cual se desarrolla la vida familiar y apoyando a los miembros para que funcionen como la conciencia faltante del miembro con el diagnóstico de adicción.
Siendo así, la familia debe continuar estableciendo acciones que cooperen a normalizar el respeto hacia la pauta que acuerden como sistema, seguido de ayudar a las personas del hogar a que salgan de la impotencia y sensación de desvalorización, superando de este modo la culpa y dando paso a sus demás roles, comprendiendo que la adicción del miembro de la familia hace parte de su vida pero no logra ser la vida entera.
Tratamiento
Se afronta una situación de adicción en un miembro de la familia al promover un cambio a través de la ayuda profesional e interdisciplinaria. Las intervenciones deben apuntar a tener en cuenta todas las esferas de la vida familiar, emocional, afectiva, interpersonal y de vocación.
No existen modelos únicos de intervención ni esquemas de tratamientos preestablecidos, pues el apoyo depende de múltiples factores, entre ellos la experiencia y formación del profesional, como también las necesidades y la disposición del paciente.
La ley 1566 de 2012 reconoce que el consumo, abuso y adicción a sustancias psicoactivas, lícitas o ilícitas, es un asunto de salud pública y bienestar de la familia, la comunidad y los individuos, por lo tanto, el abuso y la adicción deben ser tratados como una enfermedad que requiere atención integral por parte del estado, conforme a las políticas públicas nacionales en salud mental y para la reducción del consumo de sustancias psicoactivas y su impacto, adoptadas por el Ministerio de Salud y Protección Social.
Todas las EPS deben asegurar la atención de esta enfermedad.